Evidentemente hay un fracaso colectivo, algo que se está rompiendo, que se está cayendo. Y debemos tener, no solamente la esperanza, sino la seguridad de que podemos vencer esta gran crisis histórica.
Hay algo que está trabando la inteligencia y la moral de la gente, y pensamos que es el miedo; debemos liberarnos. La causa profunda del miedo es la ignorancia: la ignorancia de nuestra inmortalidad conlleva el miedo a la muerte; la ignorancia de las leyes básicas de convivencia, así como la falta de prevención y ejecutividad, traen consigo todos estos pequeños y grandes siniestros.
Este mundo hay que cambiarlo. No lo vamos a lograr con la violencia, sino desde dentro y desde abajo, yendo a las causas y no a los efectos.
Mediante este terror, vamos siendo despojados como a pequeños mordiscos, no solamente de nuestra parte material, que es importante pero no es lo único, sino también de la dignidad y el valor que debe tener una mujer para ser mujer, que debe tener un hombre para ser hombre.
Frente a este lamentable estado de cosas nosotros proponemos un reencuentro filosófico con los valores eternos, que nos van a permitir adquirir un conocimiento esencial y no sentir miedo.
El miedo es el peor de los vicios que puede tener una sociedad. El miedo no es humano, forma parte de los elementales diabólicos, es algo que nos han incrustado. Debemos liberarnos completamente del miedo.
Un hombre puede vivir sin un pie o sin un ojo, pero no puede vivir sin dignidad, porque sin ella ya no se es un hombre, se es una bestia.
Tenemos que renovarnos a nosotros mismos y renovar la Sociedad en que estamos. Con toda la fuerza de nuestros corazones, debemos oponernos a todo lo que sea violencia desatada, sin razón.
Si nos encontramos a nosotros mismos, si vencemos el miedo, si somos capaces de repetir lo que sentimos en nuestro corazón y de vivir aquello en lo cual creemos, la delincuencia y el terrorismo pasarán a ser nada más que un mal recuerdo.
Fragmentos de la Conf. “Por qué aumenta la delincuencia y el terrorismo”
Marzo 87-Prof. Jorge A. Livraga