El Ego espiritual del hombre se mueve en la eternidad como un péndulo, entre las horas del nacimiento y de la muerte.
El Ego, del mismo modo que el actor, está obligado, durante el ciclo de necesidad, a representar, hasta llegar al umbral de Paranirvana, muchos papeles que pueden disgustarlo y molestarlo. Pero así como la abeja recoge la miel de cada flor, dejando lo demás para alimento de los gusanos de la tierra, de igual modo obra nuestra individualidad espiritual.
Recogiendo de cada personalidad terrestre, en que Karma lo obliga a reencarnarse, sólo el nectar de las cualidades espirituales".
Fragmentos de LA CLAVE DE LA TEOSOFIA de Helena P. Blavatsky